Miguel Orellana

hace 2 años · 10 min. de lectura · ~10 ·

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“Elena, La Mujer que nunca Tuve”. Resumen de la 1ra entrega. (Pag.01-10 del diario).

“Elena, La Mujer que nunca Tuve”. Resumen de la 1ra entrega. (Pag.01-10 del diario).

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- Prof Wud Cells

Resumen de la 1ra entrega. (Pag.01-10 del diario).

Por el Prof. Miguel Orellana.

 


Y quizás si te conociera una vez y pasara todo un día contigo hasta llegar la noche, y leerte uno de mis poemas o tu libro favorito, quizás ese día hasta me convierta en algo que desconozco, porque nunca he tenido la compañía de algo tan misterioso y presencial como tú. Al terminar mis escritos de cada noche apagaba todo, calentaba el ultimo café de ese día y el primero del otro al pisar el reloj entre las 1 y 2 de la madrugada, me sentaba en el baño a fumarme un cigarrillo y al terminarlo entraba al cuarto y me sorprendía tu presencia, aún no había dicho las palabras mágicas como “feliz noche mi amor” o “que duermas bien mi bella dama”, solo te acostabas como perturbando la tranquilidad de mi soledad, pero me gustaba que lo hicieras, mientras que tu cuerpo real descansaba en un lugar que yo aún no conozco.

F


Y ese día supe que eras parte de mi vida, que me hacías bien, pues habías sacado en mi lo que por tanto tiempo acumulé, no sé si fue un amor escondido, o simplemente algo que guardo pasajeramente, como esperando poder verte para desahogar las penas de mi mente.
No era todo el tiempo, pero solo a veces cuando ella quería esconder sus alas de aquel cielo o después de aquella batalla se esos infiernos de un paraíso jodido, era que llegaba a mí para descansar, como buscando quizás la paz que un ser terrenal como yo le podía dar; ¡si supiera!, que más bien la paz me la daba ella, pero yo callaba mis palaras entres sus labios.
 

 

Cada noche cuando se apagaba la magia de crear aquello que escribo con toda la imaginación posible me iba para ese rincón del cuarto y le leía a ella mis pensamientos, pero ella solo me miraba pícaramente con sus ojos que brotaban fuego para que volviéramos a la cama, se tocaba sus labios, mis palabras casi ya no salían porque su distracción y sexapeal me excitaba, era casi imposible leerle así, que débil a veces me sentía ante su seducción.

 

 

 

Por más que ella no viviera en mi apartamento, cuando me recordaba desde su existencia me tocaba la puerta de la dimensión de mi mente para solo dejarla entrar y ser el desahogo de su realidad, al parecer mi realidad era más cómoda para su vida estresante, y cuando yo me quedaba pintando un cuadro de la vida ella solo se acostaba en ropa interior como llamando toda mi atención, éramos dos pecados sanándonos.
 

Había momentos de la vida donde solo me faltaba un pequeño impulso a través de algo para que todo ese océano que yo acumulaba saliera realmente desde el alma, lloraba solo, lloraba por otros, lloraba por la humanidad, lloraba por el amor que debemos recuperar, lloraba por las guerras, lloraba por los niños inocentes que morían por cualquier circunstancia, lloraba por el mundo, por las mentiras, por las injusticias, por la ignorancia, pero lloraba tanto que casi ni respiraba, pero Elena llegaba como si nada, aparecía de repente entre mis sábanas y me abrazaba en mi dolor, era lo que importaba; yo sé que estoy solo, eso no me molesta ni me hace mal, pero lloraba por eso y me desahogaba, y me hacía bien, pero ella me acompañaba para decirme que no “todo” se basaba en el ciclo irónico de la fuerza, y era la debilidad que debíamos desgarrar desde el silencio para seguir con ese “todo” hacia adelante, pero ella estaba ahí, conmigo, y yo con ella.


En esos momentos de intimidad, y sin pensar en otra cosa sino solo en vivir “el aquí y el ahora”, ella y yo teníamos nuestros encuentros cercanos a través de una realidad partida en dos, ella solo se desnudaba y modelaba para mí colocando su cintura y sus atributos sensuales en una posición que me emocionaba y me temblaban las ganas de solo agarrarla, pero debía concentrarme en ese arte que mis ojos miraban para pintarla cada vez que venía a mis aposentos, ¡que bella eres Elena!, que increíble existencia.

 


Esta mujer después de tanto insistir en que yo debía salir un rato de mi hogar para respirar otros aires fue ahí donde comenzó a llover en una noche de luna creciente, yo le dije que nos devolviéramos para no mojarnos, y Elena solo me agarró de la mano corriendo como toda una niña sin importarle lo que la vida pensara de ella, era vivir, y yo con ella solía hacerlo; así como las veces en que muchos dejan de mirar las estrellas, cuando que en realidad, es lo mejor que hay.
 

 

 

-¡Espérame Elena!; y ella solo corría por ese bosque nublado que a veces se parece a mis pensamientos, yo la veía desnuda corriendo mientras reía como una loca andante sin importarle los parámetros que impone alguna regla o norma de alguna sociedad infectada por el desamor; y la veo tan libre, tan llena de rigor, gozo y alegría, y había momentos donde yo me paraba para tomarle un recuerdo con mi cámara Canon que guardo en mi cuarto, y me gritaba, - ¡Ven por mí!, ven hombre sin miedo, y soñador cuerdo, ven y atrápame para escondernos en el suave olor de nuestros cuerpos; y fue cuando nos amamos en aquel árbol de cerezos.

Una de las tantas cualidades de esta mujer es que sabe cómo apaciguar mi carácter cuando me encuentro molesto por cualquier cosa que no me cuadre en la vida, ella tenía algo particular que hace que mi corriente estresante se tranquilice por completo, llevándose al olvido aunque sea un momento lo que era un frenético día de locos, con tan solo mirarme con sus ojos acalorados y románticos y abrazarme mientras me toca el pecho con su otra mano, es cuando el aroma de su cuello serena mi desvelo, y hasta me emociono en querer llevarla a ese rincón que lo hicimos nuestros; Elena, si tú supieras cuánto te amo, creo que te ahogarías en ese amor de océanos irrefutables.

Cada vez que llegaba la noche y nos encontrábamos en este aposento que guarda secretamente en un lugar indefinible para las dimensiones de mi mente, ella venía para darme un rico beso en los labios que a veces suelen secarse por la falta de sus fluidos salivales, y luego de jugar un rato a los amantes deseables, nos duchábamos con agua bien fría para no recalentarnos, yo me iba para la sala a concentrarme en los escritos del día, y Elena se quedaba en el cuarto principal de mis sueños, y como si nada me llegaba el aroma excitante de su piel forrada a cerezos, flores miel y del desierto, otra distracción para no hacer mis expresiones literarias, ¡bendito ventilador!, que riega ciertas maneras en el aire los motivos de verla completa en ese desnudo que le gana a mis sentidos de solo escribir.

 

Y de repente me llegó aquel olor desagradable del baño que ha sido testigo de encuentros sudorosos y dulcemente temblorosos desde la sangre que hierve por la pasión hasta el agite del corazón por dejarlo a un lado para no ensuciarlo; y entonces ella me gritó pidiéndome un cigarrillo para opacar esos olores que a veces la vida te presenta, como si prendiéramos un incienso para perfumar lo que todavía no hemos limpiado y vaciado desde el alma; y al llevarle el cigarrillo ella lo prendió sin tan siquiera haber fumado en toda su bendita vida, yo la miraba como capturando su esencia nada singular, y me preguntaba, ¿cómo tanta belleza carnal puede defecar algo tan desagradable?, pero peor soy yo, que me quedaba viéndola entre su desnudo, su mierda y toda su belleza, como si yo fuese un puto incienso.

Nos habíamos alejado un poco por algunos contratiempos que la vida te presenta y más aún cuando todo suele acumularse en un mismo día, y pasaron muchas noches estrelladas y silenciosas en que ella y yo no podíamos estar de frente para complacernos y satisfacernos en esos pecados de la lujuria y que luego le rezábamos al Dios del amor para que nos perdonara por tantos sudores corporales; y en eso el teléfono de mi apartamento sonó, era Elena buscándome a como diera lugar, y me distraía de los escritos que vienen de mis conciencias multiplicadas en diferentes partes de la dimensiones del universo como un todo de lo que soy, aunque este a veces no suele ser suficiente para una realidad que no me entiende; y entonces contesté y ella me saludó con su voz sensualmente excitante y tan suave como el aroma de toda su piel y erizada como cuando recién la toco y la beso, y ella solo me pidió que le recitara un poema, pues quería aprovechar el timbre y la vibración de mi voz para excitarse mientras colocaba la bocina del teléfono en aquel lugar que tanto yo extrañaba; ella quería que yo solo escuchara sus orgasmos.

Y cada vez que llegaba el fin de semana y ella y yo podíamos reunirnos en noches nada clausuradas por los impedimentos de una realidad consciente de nuestros deseos y placeres, al llegar a mi hogar esta mujer se desnudaba para sentirse tan libre como lo fue el día en que nació, buscaba una botella de vino francés y una copa que la ahogaba con todo su libido para luego emborracharme con su cuerpo y quizás enamorarme de su alma, aunque no sé si le interese que lo haga, y cuando me mostraba su espalda mis manos temblaban de nervios por lo que ella exigiría luego que la tocara, y eso a mí me encantaba, una dama sin prejuicios y sin estándares, sin rollos y sin problemas para un hombre que siempre la desea.

Y mientras estaba ocupado haciendo la cena para los dos de repente me llegó un olor excitante y no era tanto por la buena comida que yo preparo, puse a fuego lento el espagueti que me recuerda a esos hilos largos que nos conectan y nos entrelazan con las cosas buenas y placenteras de la vida, le puse un toque de cerveza a la carne asada para que le dé un sabor editado como alejándonos de los males del mundo y luego condimenté esa ensalada de tomates, cebollas, lechugas y cilantro porque así le gusta a Elena; y cuando fui al cuarto para ver qué olor tan llamativo era ese que no era el de la cena que preparaba pues me encontré a esta mujer toda abierta como queriendo que yo me sumergiera a los laberintos de su belleza, y le dije, - Elena, la comida espera, cenemos vida mía, que después tu y yo seremos el suvenir del postre.

Muchas veces cuando yo estaba escribiendo en el cuarto de estudio un poema para esos amores que se buscan, que se tropiezan, que se ignoran, que se aman desde el silencio, que se tiran indirectas, y que luego salen a pasear para verse y quizás reconocer que se gustan y que desean besarse desde el alma, o quizás aquellas almas se hablen por teléfono para nunca dejar de sentir la llegada de algo inesperado cuando el destino así lo quiera; y ahí estaba yo todo inspirado y en eso entró Elena a este lugar secreto de mi mente, ponía su cara de ternura con un toque de picardía, y más aún cuando se vestía con ese atuendo dejando ver su suave piel, ayudándome a respirar para calmar mis ansiedades de amar; y no niego que también me distrae en el medio de esos excitamientos.

Y ahí estaba yo, leyendo un libro en mi cuarto de lo más tranquilo que trataba sobre cómo el humano ha cambiado el conocimiento por todo aquello que le fuese fácil de adquirir a través de un precio, porque parece mentira e irónico que cuando algo es gratuito como “el saber” no hay razón para captar su esencia en la mente y en el corazón del individuo, prefieren vivir cómodamente ante que la misma sabiduría gratuita los incomode; y en eso entró aquella mujer tan peculiar que lamentablemente me hacía cerrar las puertas de aquel libro para adentrarme a un juego sexual sin parar, uno que me llevaba a conocer otros universos y otros conocimientos, pero este a veces tenía su precio, y más por esos gustos de Elena.

Ella cada vez más me insistía en que debía despejar un poco la mente y darle alegría al corazón que lo dejo atrapado en los escritos que hago a diario, yo me hacía el loco y le decía que estaba bien, y cuando menos lo esperé Elena me agarro de la mano y nos montamos en el carro y me dijo, - ¡Hombre!, maneja contra el viento y llévanos al océano; no me quedó de otra, esa mujer tan terca y despiadada que me hacía archivar mis pensamientos que quiero expresar y que me mantienen fuera de una realidad tan cruda y bella; y cuando al fin llegamos a la playa nos sumergimos a ese mar precioso y de repente apareció aquella criatura entre las profundidades de un amor invisible, y me gritó, -¡¿Estás viendo esta belleza?!, ¡que afortunados somos en estar en este instante!, ¡¿vistes al animal marino?!, y le respondí, - ¡Sí cariño, toda una belleza!; mentira, no vi a ese animal marino, la estaba viendo a ella como si fuese lo mejor de ese momento.


Cuando llegaba el momento de esa pasión ardiente que esta mujer me abrazaba con tanto furor pues parecía que el mismo infierno era el lugar más adecuado para establecernos mucho más que ser solo humanos necesitados de complacencias, éramos como dos animales hambrientos de solo acabar con nuestras necesidades de amar más allá de un amor verdadero, y no era tanto saber si realmente nos amábamos, era más que todo convertirnos en fuego donde dos amantes se buscan en medio de la nada, era tocarnos desde adentro sin miedo y terminar con muchos orgasmos dando placeres a dos cuerpos testigos de solo saciarse con el trago de fluidos apacibles, como si fuese un vino sabor a naranja, un agrio sabor así como lo es la vida cuando todo se ve cuesta arriba y aun así sigues adelante; esta mujer siempre dejaba salir sus fluidos mientras pegaba esos gritos y yo me tomaba sus líquidos como si fuese el mejor elixir que sabía mucho más que una uva añejada sobre esos terrenos secos y medios húmedos, y Elena me daba todo eso, ricos sabores como si fuese un vino que ella dejaba añejar solo para mí, y esto pasaba apenas yo le hablaba con mi voz y le tocaba con mi alma disfrazada de solo placebos.

Luego de aquel avistamiento de aquella criatura impresionante cuando nos profundizamos en ese océano terrible y bello a  la vez de placeres que flotan sobre deseos en cuerpos inertes pero de almas vivas y fuertes, nos salimos del mar para apreciar la vista de aquel atardecer, yo le decía a Elena ¡ven conmigo y cantemos un Malena!, pero ella solo se quedó acariciando esa arena donde cada grano es un universo en ella, y mientras yo miraba el horizonte esta mujer solo me miraba con ganas de hacer más que eso, y yo resistiéndome un poco más para no caer en la tentación de empezar a enamorarme de lo que no sé si seré correspondido, lo que sí sé es que aquella tarde ella era lo mejor que pude ver.
 

 

Al terminar aquellos días en la playa llegó el momento de volver a la realidad, ella solo quería quedarse y formar parte de ese océano del que tanto pudo nadar, flotando en aguas tranquilas como si la vida fuera siempre una paz eterna, y al montarnos en el carro esta mujer me preguntó si yo no tenía problema en que ella se sentara a atrás para ver las estrellas, y le dije que con todo gusto lo hiciera, y como pudo pasó por encima de mí dejándome su perfume natural de ese cuerpo tan sensual que me atormenta cuando no está, y empecé a manejar, y de vez en cuando miraba por el retrovisor, y ahí estaba Elena, ¡era ella!, un amor como si fuera dimensional, una estrella que a veces pareciera ser fugaz, un túnel que se hace sombrío en mi forma de amar, y por dentro yo me preguntaba, ¿qué tanto ve ella, estrellas o recuerdos, ilusiones o tormentos, una vida o un momento?, y más miedo me daba saber que ella se ha enamorado de mí, o peor aún, que yo me he enamorado de alguien que a veces no estaba a mi lado.
CONTINUARÁ…
…PERO, ¿QUIÉN ES ELENA?

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