José Briceño Diwan

hace 5 años · 5 min. de lectura · 0 ·

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Relato de un balsero de asfalto (parte II)

Relato de un balsero de asfalto (parte II)

 

Boa Vista-Uruguay

Salí de Boa Vista a las nueve de la mañana, iba emocionado, otro tramo, pero ahora con la incógnita de cómo me comunicaría con los brasileros, mientras estaba en Boa Vista tenía traductor y asistente de confianza, después de subir al bus estaría de mi cuenta, tenia mucha vergüenza pues en verdad maltrataba tanto ese idioma que al conversar ( o intentarlo al menos) sentía cometer una afrenta a los ciudadanos de aquel país, aunque es más que mi inglés de aeropuerto, da mucha pena con los brasileros ya que maltratar un idioma me parece un pecado capital. El amigo que me recibió en Boa Vista se despidió en la rodoviaria (así le dicen al terminal de autobuses) donde abordé una unidad de la línea Eucatur que haría el traslado hasta Manaos a 12 horas de distancia , por cierto nunca se alegren mucho del cuento de wifi gratis ,eso funciona nada más en las ciudades y una vez en la carretera todo se pierde, un plus es que las unidades son cómodas , no tienen música ambiental y el aire acondicionado no es una maldición gitana como en Venezuela, por tanto el viaje no es ni tan amargo.

En el camino hubo varias cosas que me sorprendieron, primero en el autobús hay agua mineral a discreción, de esa que viene en envases pequeños y están en una nevera a disposición de quien quiera, otra fue que en Brasil el café de la calle, ese que venden en los termos, es decir , sin máquinas de expreso ni de otra naturaleza, es una maravilla, la verdad es que los amigos lo toman más o menos amargo pero con azúcar y es barato tomar café en cualquier sitio de Brasil pues las paradas fueron desde fondas arrabaleras hasta restaurantes de esos que venden la comida por peso, un robo total por cierto, como todos esos sitios donde te venden comida lista pero por peso, un nuevo fenómeno que descubrí. En ese viaje además fue donde conté en otro post nos bajó la policía a tres prostitutas y a mí, una vez superado el trauma de la detención momentánea seguimos la marcha por una carretera recta que parecía no tener fin, de hecho, fueron poco más de 12 horas de camino recto, sin curvas, acaso algunas pendientes, pero igual una recta que aburría no más ver por la ventana ya que parecía moverse como en una banda sin fin.

Más allá de la imagen que yo tenía de los autobuses de lujo que solo hacen paradas en la vía para comer, este además también tenía pasajeros que se bajaban en sitios que sorprendían. Caída la noche, un señor con toda la estampa de vivir en el campo solicitó al chofer que lo dejase en medio de la nada, en serio, me asomé por la ventana y no se veía ni una sola luz , en otras condiciones quizás me hubiese parecido aterrador el asunto de un autobús estacionado en el medio de la noche y al descampado pero como estaba en otro país supuse que allá el hampa no era como en Venezuela donde no atracan aviones porque les es muy complicado meter paracaídas de contrabando en el equipaje de mano. Una hora más tarde se bajó una señora con tres niños, iguales condiciones de nada a cada lado de la carretera, sin embargo, esta vez la señora obligó al chofer a hacer varias paradas hasta que estuvo segura de estar en la parada correcta, ahí si había unas casas y la fue a recibir un hombre con tipo físico indígena y acompañado de cuatro perros, seguramente serian la versión brasilera del anillo de seguridad en la selva.

Llegué a Manaos casi a las diez de la noche, con una maleta a rastras y la intención de dormir en el terminal de autobuses, por cierto si hacen ese viaje de Boa Vista a Manaos háganlo de noche que si les dará tiempo de abordar el vuelo de las diez, apenas hay diez minutos desde el terminal hasta ese gigantesco aeropuerto (para ser de provincia) y los taxistas están tan locos como los venezolanos. Por precaución viajé de día, el terminal de autobuses de Manaos es pequeño, si bien hay varios hoteles alrededor no estaba muy seguro de que mi presupuesto alcanzase para darme tal lujo y por lo general los aeropuertos son los sitios más seguros en casi cualquier parte si piensas en eso de dormir en la calle .

El taxista me cobró 50 Reais que equivalen como a 17 dólares que es todo un robo, en principio quería cobrarme 65 pero regatee y aun así creo que salí perdiendo, el caso es que me llevó hasta el sitio donde iba, ahí busqué algo de comer y me apropie de un par de sillas donde mal dormí desde las dos de la mañana hasta la siete cuando me desentumecí y pude caminar hasta el baño para lavarme un poco, a falta de ducha bien se puede uno medio enjuagar con un lavamanos ,la parte incomoda en cazar el chorro con esas llaves automáticas pero algo se hizo.

Desayuné lo más barato que encontré y abordé un avión que me llevaría por la mitad de Brasil haciendo cuatro escalas en aeropuertos tan exóticos como uno que dejaba a los pasajeros en medio de La pista hasta el de Porto Alegre que es pequeño y milagrosamente con unos funcionarios muy amables. Por un retraso de la aerolínea hubo que cambiar de avión y mi equipaje no había llegado, tocó quedarse unas tres horas más a esperar el próximo lote de maletas donde vino lo que quedaba de la mía, cosa que causó no pocas miradas de lastima por parte del personal que vio lo maltratada y rota que llegó la pobre, tanto así que una señora, funcionario de la aerolínea no quería creer que la maleta estaba dañada desde el principio y esgrimió un formulario de reclamo para que la empresa respondiera por la integridad de la maleta, al final tocó convencerla en mi triste portuñol y ella casi llora con lo que medio pudo entender.

Otro taxi , esta vez hasta la Rodoviaria (así llaman al terminal), este si es mucho más grande, organizado y limpio que había visto en nunca, caminé como pude con mi maleta hasta que encontré un restaurante que abría toda la noche, allí me arrellané a fumar y tomar café hasta que el sueño llegó, me levanté de esa silla pues la señora del restaurante dejó muy claro que nada de dormir ahí, caminé hasta un andén del terminal , puse la maleta a mis pies y el morral con mi cámara y PC a un lado, caí en un coma profundo por tres horas más o menos, cuando abrí los ojos eran la seis de la mañana, el terminal comenzaba a cobrar vida. Sin embargo, la boletería comenzaba a la siete de la mañana, era imperativo para mi salir ese mismo día pues el permiso de estadía en Brasil se vencía y eso de pagar multa no entraba en presupuesto.

La empresa de autobuses que yo había encontrado en internet no tenía salidas diurnas pero el vendedor muy amablemente recomendó que comprase en otra empresa que si salía ese mismo día, total ahora serian apenas siete horas más de carretera y no pagaría la multa. Como ya conté hacia una semana atrás había botado mi teléfono celular (como lo añoro en estos instantes) así que fue una bendición que la empresa donde compré pasaje tenía una sala de espera VIP con Wifi gratis o pc´s a disposición de quien necesitase conectarse, lo hice, saque mi portátil y terminé de establecer la logística de mi llegada.

el camino fue monótono como todos los viajes muy largos, unas cuantas paradas para comer, en mi caso fumar y tomar café pues ya me había quedado casi sin fondos, de todas maneras estaba con cierta angustia pues en alguna parte leí que el autobús no hacia viajes internacionales y suponía que pasaría una frontera al menos, sin embargo y como a dos horas del destino final la unidad paró en algún pueblo de esos de tres calles donde bajamos tres personas y abordamos una segunda unidad que si hacía la ruta internacional, aunque más tarde descubrí que la frontera entre los dos países en la praxis es una calle principal donde como cosa curiosa cada acera corresponde a un país y a nadie le importa mucho el asunto, de hecho en el tiempo que anduve por ahí hice muchos viajes a Brasil sin que tuviese que pasar control alguno, como si pasa en muchas otras de latino américa.

Llegué a la frontera con Uruguay, a un sitio llamado El Chui a las nueve de la noche, allí me esperaba mi anfitriona y benefactora por estos días mientras encuentro empleo, además de arreglar mi situación migratoria, debo admitir que el sitio donde estoy que se llama Punta del Diablo, es una belleza pero no hay mucho empleo para señores mayores de 40 años y esta estampa de huido, pero aun esa historia tiene cuentos para compartir, pero eso será en otra ocasión.

José Ramón Briceño, 2016

8e95ee14.jpgEn alguna parte en la carretera de Manaos  a Uruguay

Comentarios

José Briceño Diwan

hace 5 años #1

Parte de lo que sucedió mientras viajaba por latino américa en autobús

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