El ladrido de un perro, por mi padre, Psic. Sergio Orellana (1928-2009)
EL LADRIDO DE UN PERRO
POR MI PADRE
SERGIO ORELLANA
(1928-2009)
Nota: En un diccionario inédito dice:
Perro: En el mundo animal, lo mas parecido al corazón humano. Los perros laten; los corazones también.
Esta es una extraña historia que culmina con la materialización de una imagen mental a través del ladrido de un perro, al estilo del fompirro de Tronsilvania; se inicia en la afinidad que, desde niño, he tenido con los perros y trata de las alegrías y angustias que viví por ellos y con ellos.
Con ellos, porque siempre tuve varios. Siendo niño, me acompañaba “Centinela”, un perro cobrizo de mirada bondadosa y andar pausado que me seguía en mis caminatas por el campo. Tenía la costumbre de perseguir lagartijas mientras yo me quedaba sentado en alguna piedra del camino persiguiendo sueños. “Centinela”, cuando me veía sentado mucho rato, abandonaba su labor persecutoria para echarse a mi lado y mirarme con sus ojos tristones hasta que se quedaba dormido. Ver dormido un perro al lado mío me parecía entonces, y me parece ahora, una buena imagen de lo que es amor. El caso es que vivíamos en el campo y mi padre tenía un alambique clandestino. Una tarde mi padre regresaba de buscar leña con un inmenso tronco en el hombro. Al llegar a la casa, “Centinela” y yo salimos a recibirlo, con tan mala suerte, que al dejar caer el tronco le cayó encima a “Centinela”. Lo enterré y lo lloré. También lo lloró esa tremenda masa humana que era mi padre quien, para consolarme me regaló, poco después, un cazar de perros lobos a quienes me tocó criar y les puse por nombre los “Guardias”. Crecieron inmensos y siempre me acompañaban. Como les había puesto el mismo nombre a ambos, nunca pude resolver el problema de llamarlos de a uno. Pues si estaban lejos y yo gritaba:-¡Guardia!, aparecían los dos al instante, atentos a la posible aventura que les esperaba. Era como tener un “harem” de perros o algo así. Me imagino que si uno tiene un harem (de ser árabe) y llama: ¡Esposa!, acudirían todas ¿o no? Esto, naturalmente, crearía otro tipo de problemas y podría ser asunto de otra historia.
Junto con los “Guardias” tenía también una perrita blanca, lanuda, “Magnolia”, y una gata de tres colores. Este pequeño zoológico me obligaba a madrugar para ir al mercado del pueblo, todos los días, a comprar la cabeza de la res que habían matado, para darles de comer.
La perra “Guardia” tenía una pelea cazada con la gata o la gata con ella. El caso es que en una de esas trifulcas la gata le dañó los ojos y la dejó ciega, lo cual me convirtió
–paradójicamente- en su lazarillo. Me seguía a todas partes por el olfato, lo cual se le hacía fácil. Un día, en un descuido, la mató un camión y reinicié mi labor de sepulturero. Esto ocurrió en 1950, no recuerdo el mes. “Magnolia” murió de parto poco después y, de nuevo, a enterrar perros.
Me fui a Chile en 1951 y dejé la gata en casa pero le regalé el “Guardia” macho a Juan Martínez. En uno de mis regresos a Venezuela, en 1954, fui a mi pueblo. Por casualidad, pasaba una camioneta pick- up y el “Guardia iba en la cabina. Cuando
En Chile tuve una perrita pequeñita, color marrón, lanuda, de patas blancas, de esas que llaman “pomerania”. Cuando me vine de Chile, en 1960, se la regalé a una compañera de estudios llamada Alicia, muy bonita. Yo creo que, en el fondo, mi verdadero deseo era haberme traído a Alicia, pero como no podía, le dejé mi perrita. Después supe que a la perrita la mató un carro. Como Chile está muy lejos, no acudí a mi cita de sepulturero para enterrarla. Que la enterrara Alicia
Cuando trabajaba en Cumaná, un fugado de las prisiones de la Guayana Francesa la nevera. Cuando
Soy un convencido de que esta afinidad por los perros se nota. Lo notan las personas –siempre que sean también “afines”- y lo notan los perros, como ya tú sabes. Lo supiste el viernes, al ir al Banco.
Digo que lo notan los perros y creo que es cierto, con excepciones. Más de una vez me ha sucedido que se me vienen encima perros bravos y yo me quedo quieto, con una mano extendida y los perros aminoran la marcha, llegan, me olisquean la mano y –señal inequívoca- me menean la cola y me ladran. Tú sabes que, por lo menos en el mundo perruno, menear la cola y ladrar son signos claros de aceptación, de empatía, de “estoy contigo”, de “siempre tú y yo”, etc. Pero dije que había excepciones y tengo una que es cruel y, en cierta forma, chistosa. En mi pueblo, cuando estaba en la escuela, había en la puerta de mi casa, que siempre estaba abierta, una reja de madera, de poca altura. Enfrente de mi casa estaba (y está) la casa del Sr. Miliani (padre de Mauro Mejías, el pintor) donde siempre se la pasaban, echados en la acera, sus tres perros. Uno de ellos, cada vez que me veía aparecer en la esquina, de regreso de la escuela, se abalanzaba sobre mí. Yo corría, brincaba por sobre la reja de mi casa y aquí no ha pasado nada. Este rito o juego duró casi un año. Pero un día ganó (o perdió) el perro y para demostrarlo tengo una cicatriz en un glúteo (parece mala palabra, me gusta más la otra). Lo chistoso es, que después de haberme mordido, el perro jamás me volvió a perseguir. Se terminó la partida, ganó (o perdió) él y no quiso seguir jugando, gracias a Dios. Había logrado su objetivo. Bueno, dejemos esto hasta aquí, no vaya a enredarme. Yo creo que la consigna del perro este era: “No te haré daño mientras me evites”, lo cual me lleva a modificar la mía, que ahora reza así: “No te haré bien, mientras me evites”. Pero sigamos con los perros, pues de perros es que trata esta historia.
Cuando me fui a Puerto Rico en 1970 (enero) regalamos a “Pelusa”, con gran dolor de mis hijos. Allá compré un chihuahua y –destino cruel- a los pocos meses lo mató un carro. Llantos de niño, llanto mío. De nuevo a mi oficio de sepulturero perruno. El mismo día agarré un periódico, leí los avisos, me dejé llevar por una oferta y regresé con una pareja de chihuahuas de meses, que iniciaron una dinastía que todavía perdura en Barquisimeto: mis hijos tienen cinco chihuahuas en la casa, actualmente. Cuando regresaron de Puerto Rico, en 1971, se trajeron la pareja, además, recuperaron a “Pelusa”, que murió hace un par de años. La enterraron ellos, pues para ese entonces, CREIA YO, había cesado mi interés en los perros y mi afinidad con ellos.
Sin embargo, el viernes tuve una señal de que estas afinidades no mueren y de que los perros siguen siendo mis amigos y aliados (especialmente cuando persigo ilusiones, es decir, realidades) pues el ladrido de uno de ellos –materialización de una imagen mental- te mostró el camino. Recuerda que, desde hace muchísimos años existe la creencia de que los perros tienen habilidades premonitorias y pueden materializar imágenes, aún de la muerte.
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Si una cosa así sucediera ¿crees tú que alguien entendería esta frase, dicha por ti:
-El ladrido de un perro (*) me arrojó en tus brazos.
No lo entenderían. Yo, que soy perrófilo, si. Pues los perros expresan amor con sus ladridos. Los ladridos de un perro son amor y es por esto que el viejo proverbio dice: “Perro que ladra, no muerde”, a pesar de que la gente le da otra interpretación. La gente perrófoba, claro.
* Ver definición de “perro” en el diccionario inédito, página 1 de esta historia.
Atte. Psic. Sergio Orellana.
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