José Briceño Diwan

hace 5 años · 5 min. de lectura · 0 ·

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Crónica desde la frontera

Crónica desde la frontera

Breve texto que narra algunas experiencias vividas en un fugaz paso hace un año hacia la hermana república de Colombia.

Desde que me hice adulto he laborado en dos cosas, la docencia y la fotografía, la primera es mi profesión y la segunda el oficio que en verdad me ha dado de comer durante toda mi adultez. Haber estado en tantos sitios, conocido tanta gente, dar clases o ser reportero tanto en espacios de alto poder adquisitivo como en barriadas miserables me hizo pensar durante mucho tiempo que lo había visto todo, es más, hasta fracasar en diversos intentos de emigración que me han hecho rodar muchos más kilómetros de los que alguna vez imaginé no me habían preparado para las diversas tragedias que presencié una noche en Cúcuta

Debido a cientos de contratiempos no tuve más remedio que dormir en una banca del terminal de autobuses de la ciudad de Cucuta, no fue la primera vez que dormí al descampado pero si la primera que lo hago sin dinero ni para comer una galleta, llegué tarde a la frontera tenía hasta la seis para retirar un dinero que me enviaba mi cuñado para sufragar los costos de traslado y comidas hasta Bucaramanga (8 horas de distancia en bus) , por esda razón no quedó más remedio que vagar por el terminal hasta el día siguiente cuando se abriera la sucursal de la empresa de encomiendas donde debía recoger aquellos fondos pues ademássin pasaje de ida a alguna parte los funcionarios de la aduana colombiana no te sellan la entrada legal al país y sin ese requisito cualquier intento de legalización seria imposible, como no me quedó más remedio era cuestión de paciencia, por 12 horas sin comer no iba a morir, si acaso rabiar un poco pero con como con eso nada se logra me propuse estar atento a lo que pasaba a mi alrededor, ese tiempo me dio la oportunidad para entender a forma cabal las razones por las cuales en el resto de Latinoamérica, los nuevos parias, somos los venezolanos. El asunto es que últimamente no emigran, huyen y entre esa barahúnda de exiliados (económicos y políticos) cunde la pobreza, los hay que emigran solo con lo puesto , sin un céntimo para comer ni papeles para legalizar , ese asunto obliga a muchos hasta a robar para ganarse la vida o cuando menos la comida del día, también hay mujeres que se prostituyen por unas cuantas monedas, vi una muy linda muchacha ofreciendo sus servicios en los alrededores del terminal de autobuses por veinte mil pesos colombianos lo que equivale a comprar cuatro cajas de cigarrillos baratos, y viéndolo bien esa mujer hubiese podido pedir más y seguro encontraba quien le pagase, sin embargo me figuro que estaba desesperada. En aquel terminal  conocí a varios compatriotas que estaban en la misma indigencia, uno de ellos estaba esperando que saliese un bus hacia Bogotá, su historia es similar a la de muchos pero con el añadido de que se iba sin más que algo de equipaje, el pasaje de bus y dinero si acaso para pagar un almuerzo, contaba que había dejado esposa e hijo en alguna ciudad del llano venezolano , que lo habían despedido de su empleo y gastó la liquidación integra en un mercado comprado en la frontera y que mandó a casa con un familiar que lo acompañaba, el joven se iba a la aventura sin saber muy bien de que iba a vivir. No es que yo anduviese en mejores condiciones o con más dinero pero cuando menos al día siguiente dormiría bajo techo en casa de mi hermana menor y sabía que comería algo caliente , el amigo ni idea de cuando volvería a comer completo.

 Conversando con el joven que salía a Bogotá en el autobús de media noche terminamos tomando un tinto se acercó un hombre para avisar que a una cuadra, en una plaza cercana estaban dando comida a los venezolanos. Por razones que no van al caso casi volé pues no había comido y hasta el día siguiente no tendría fondos para eso así que ese nuevo amigo y yo salimos lo más rápido que nos permitían los respectivos equipajes hasta la plaza en cuestión, allí estaban no menos de ciento cincuenta personas de todas las estampas posibles imagino que la diáspora no tiene rango social específico, sin embargo todos estaban hermanados por la pobreza pues la diferencia de cambio entre el peso y el bolívar es abismal (mientras esto escribo está a 0,0001Pesos por bolívar y las minúsculas son por su valor). Luego de hacer un par de filas para obtener un sándwich de jamón y queso con su respectiva bebida noté que había policías escoltando otra fila donde daban unos tamales, los agentes sacaban de la fila a los colombianos que siendo tan pobres como los compatriotas moradores de la plaza aspiraban una cena gratis pero los uniformados no lo permitieron.

Imagino que por mi estampa de recién llegado enseguida otros compatriotas se acercaron a conversar, en especial fueron dos mujeres, una de ellas con dos niñas y esposo, la otra estaba sola. La primera dijo que tenía poco más de un mes allá, que en principio dormía en la acera junto al esposo quien además es Colombiano pero que por alguna razón no podía dar la nacionalidad a la señora y sus hijas(luego descubrí que era por el costo de los trámites ), recién llegada pedía limosnas en los autobuses pero comentaba que para ese instante había comprado una cava y vendía agua en la misma plaza pero en horario diurno, había además conseguido alojamiento en alquiler en una barriada cercana, la comida regalada les ahorraba bastante. La otra señora , cuya vestimenta gritaba su pobreza , contaba que en Venezuela habían quedado tres hijos y un esposo, ella se había aventurado buscando mejores condiciones de vida , aunque no aspiraba empleo fijo por aquello de que en ese caso el tiempo no sería tanto a fin de visitar a la familia , al preguntarle por su vivienda me dijo que hasta hacía unos días dormía en las calles pero que alguien le había dado alojamiento y que al día siguiente iría a la casa materna para traerse a la hija mayor (9 años) con quien se dedicaría a “vender” dulces en las unidades de transporte colectivo ya que usualmente le reportaba cuando menos 50 mil pesos al día, mucho más de lo que conseguiría en un empleo formal en ambos lados de la frontera.

Luego de ver aquella comunidad donde la indigencia no solo vestía harapos pues también vi, (aunque no hablé con ellos) gente bien vestida y con estampa de profesionales universitarios de todas las edades, me volví al terminal a terminar de pasar la noche que con el estómago lleno siempre se hace más amable la banqueta que en suerte me tocaría. En efecto me apropié de un banco en el andén del terminal, allí dormían otros tantos compatriotas en espera de la unidad que los sacase de allí al día siguiente, el cansancio pudo más que la cautela pues tenía más de 24 horas viajando entre autobuses y caminatas, tuve un coma profundo hasta la seis de la mañana cuando volví a la vida, en una pieza y con la maleta aun a mis pies.

Salí a buscar un tinto ya que tenía un par de monedas con que pagar el cigarro y el café reglamentario de cada mañana, le compré a un señor a la puerta del terminal donde un compatriota cuyo acento de barriada caraqueña denotaba su origen (así como la vestimenta) , se acercó buscando conversa , ya me sentía Forrest Gump hablando en la banqueta mientras esperaba un autobús, aunque en este caso era el borde de una maceta , el señor habló de su casa, de hijos y de supuestas promesas de empleo , ahí me enteré que alguna ONG les daba desayuno caliente. Fui hasta el sitio del reparto (la misma plaza de la noche anterior) y ahí escuche de que vivían, algunos caminaban buscando empleos a destajo, los que tenían oficio se reunían para visitar las construcciones , los que no pues buscaban desde vender pasajes en el terminal hasta limpiar carros en los autolavados donde el trabajo es brutal pero pagaban lo suficiente para reunir, los menos aseguraban hacer cualquier cosa que les permitiese pagar un sitio donde guardar la maleta y la ducha del día, aunque varios aseguraban ducharse en el rio donde aprovechaban de lavar ropa. La queja normal era sobre los robos que se hacían unos a otros, las miserias ni compartidas son llevaderas entre ellos.

Una vez recibidos los fondos vía transferencia electrónica desde un servicio privado cuyas oficinas están en el terminal volví hasta la frontera a sellar la entrada al país en mi pasaporte pues piden como requisito indispensable un pasaje de ida para poder hacer el trámite, vi filas largas de gentes esperando turno para que los soldados del ejército les regalasen agua, fruta y alguna chuchería mientras cincuenta metros más allá varios negocios hacían ruido anunciando ventas de productos que hace rato no se ven en los anaqueles de Venezuela, allí también había mucho compatriota haciendo compras para volver, seguro habrían desde vendedores informales hasta amas de casa que reunían de alguna manera para asumir el descomunal costo de hacer compras del lado colombiano, hay de todo pero a precios locales son astronómicos por lo desfavorable del cambio. Cúcuta, en medio de la crisis   ya parece una Calcuta latinoamericana con la diferencia que en vez de Coolis hay venezolanos pues el éxodo tiene muchas historias de horror.

José Ramón Briceño, 2017

@jbdiwancomeback

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